La semana pasada, mientras leía las redes sociales, recibí una notificación: una colega me había etiquetado en una publicación y su contenido fue el motivador para escribir este artículo. La publicación era una foto de una búsqueda laboral, cuya lista de requisitos para aplicar a la posición incluía la siguiente: INMUNIDAD AL ESTRÉS. Claramente era una invitación al debate sobre cuál es el límite de quiénes deciden qué cualidades se valoran en las búsquedas laborales, pero también sobre qué sabemos acerca del funcionamiento de nuestras emociones.
El estrés es un mecanismo de supervivencia que se activa frente a una amenaza para protegernos: evaluamos rápidamente si nuestros recursos pueden hacer frente a la demanda de la situación. Es un sistema primitivo, que se transformó en un problema cuando evolucionamos y nuestra realidad se complejizó. En la actualidad, podemos estresarnos a través de nuestra mente por escenarios futuros, y nuestro cuerpo puede seguir en quietud sin ninguna posibilidad de descarga. A la vez, es un mecanismo que nos mantiene alerta y nos permite estar activos, atentos y, aunque no es lo ideal, haciendo varias cosas en un corto período de tiempo. El estrés entonces no es negativo ni positivo. Esa valuación dependerá de nuestra perspectiva particular. La conclusión es que el estrés es parte de nuestra vida, y está mucho más presente por el ritmo acelerado que adquirió nuestra rutina en las últimas décadas.
Por otra parte, si la situación adversa se sostiene en el tiempo de manera crónica o si por alguna razón nuestros recursos internos o externos ya no son suficientes, el estrés se transforma en agobio o estrés crónico. Los signos de que estamos agobiados pueden ser de índole interpersonal, física, emocional o mental. No es necesario que estén todos presentes, nombraré algunos a modo de ejemplo: sentir irritación, perder el apetito, modificación en el sueño, cansancio extremo, falta de atención y concentración, aumento de las discusiones, falta de paciencia y tolerancia, entre otros.
¿Por qué es importante diferenciar el estrés del agobio?
Y en este punto volvemos a la publicación que despertó mi interés. Porque seguramente quien ideó el anuncio estaba apuntando a evitar sujetos que tengan tendencia al agobio en situaciones en que otros son más resistentes.
Ahora bien, si quien siente estrés lo reconoce y puede expresarlo, probablemente pueda seguir funcionando. Sin embargo, quien expresa agobio necesita tomar distancia de la situación y no hacer nada. Y cuando decimos nada, es nada, durante un período corto de tiempo. Muchos errores, accidentes y situaciones desagradables dentro del ámbito laboral, podrían ser producto de gente agobiada que no pudo reconocer y pedir ayuda, o lo intentó y no recibió la ayuda necesaria.
Todos podemos sentir agobio en algún momento de nuestra vida laboral, cuestión que transforma al requisito del anuncio en un imposible. Pareciera haber en nuestra sociedad cierto desconocimiento sobre el funcionamiento de nuestras emociones. Y podría pensarse que la explosión de solicitudes de técnicas de regulación emocional en el ámbito laboral, en algunas ocasiones, acompaña este desconocimiento y persigue el objetivo de eliminar los inconvenientes que generan las emociones difíciles.
Las últimas investigaciones sobre las emociones indican que el lenguaje tiene un rol muy importante al momento de experimentarlas y gestionarlas. Hasta el momento sabíamos que etiquetarlas ayuda a disminuir el impacto en nuestras vidas. Ahora podríamos agregar que tenemos que nombrarlas correctamente, porque de ello depende nuestra experiencia. No es lo mismo sentirse estresado, que sentirse agobiado. No es lo mismo sentirse triste, que sentirse deprimido. No es lo mismo sentir miedo, que sentir terror. Por eso la invitación es a conocer toda la gama de emociones que podemos experimentar, para luego poder etiquetarlas correctamente al momento de sentirlas.
Entonces, a no confundir: INMUNIDAD AL AGOBIO y con estrés. Seamos cuidadosos en el uso del lenguaje y no solicitemos imposibles…
Reflexiones inspiradas en “Atlas del corazón” de Brenne Brown.