En nuestra historia personal y laboral, seguramente tengamos varias palabras claves que nos definen. Es interesante el ejercicio de bucear en el autoconocimiento, explorar los significados y encontrar un eje, a veces integrador, otras veces tranquilizador.
No tengo dudas de que mi vida laboral se podría sintetizar en la palabra “búsqueda”.
Hace veinticinco años que me dedico a “buscar” candidatos para cubrir vacantes de empleos.
Hace veinte años que ayudo a personas a “buscar” empleo y oportunidades para emprender.
Hace veinte años, también, elijo con quien trabajar. Eso es un privilegio. Desde que mis propias experiencias, me hicieron tomar conciencia de la importancia de trabajar con buenas personas, “busqué” rodearme de colegas, colaboradores, empleadores, clientes y profesionales, que se pudiesen convertir en amigos.
Una de las actividades, que podría definir como de voluntariado en mi trayectoria profesional, es “buscar” profesionales de la salud para mis amigos y familiares o amigos de amigos o pacientes de colegas y así la cadena de contactos a veces se vuelve extensa o lejana. Descubrí cuánto me alegra cuando meses después mi amiga me dice: “Sabés que Laura está mucho mejor desde que hace terapia con tu amiga Martha, la psicóloga” o “Gracias al consejo de tomar una cuidadora para mi mamá pudimos evitar la internación”. Esas devoluciones me llenan de satisfacción y me nutren. Me recuerdan, además, algo que en el correteo cotidiano solemos olvidar y es que todos estamos (o deberíamos estar) en este mundo contribuyendo a construir un entramado solidario que va más allá de lo que nuestros ojos pueden percibir. Realizar acciones simples y desinteresadas desde nuestros lugares, que tiendan al bien común o al bienestar general, es un gesto sencillo con el cual podemos aportar nuestra ayuda con quien la está necesitando. Les aseguro que lo que se da vuelve y multiplicado. Lo sé porque lo he necesitado. Sobre el poder de la red de contactos he hablado y seguiré haciéndolo, desde un lugar más testimonial que teórico.
El refrán dice “El que busca encuentra”. Quiero confesar una intimidad. No soy ordenada: suelo perder cosas, olvidar dónde dejé eso importante que de tan bien guardado no encuentro cuando lo necesito. Paradójicamente, una cualidad que me destacan es que casi siempre encuentro lo que otro “busca” desesperadamente, a partir del interrogatorio secuencial (habilidad que he desarrollado como entrevistadora) que permite seguir la lógica de las acciones realizadas, yendo desde el presente hacia el pasado. ¿Cuándo lo usaste por última vez? ¿Con quién estabas? ¿Qué ropa tenías puesta? Y así, en una entrevista cerrada y a veces molesta por la ansiedad de ambos, logramos dar con el paradero de la billetera, el documento o la llave extraviada.
Mi palabra clave es “búsqueda”. Si tuviera que seleccionar una sola, es esa la que mejor define mi actividad, quizás también mi actitud y mi motivación. La “búsqueda” implica un proceso dinámico e incompleto que presupone la contracara de un encuentro. Encontrar una oportunidad, una persona, un profesional o un objeto. Encontrar lo que necesitamos, lo que perdimos, lo que nos falta o lo que deseamos.
Reflexionar sobre cuál es nuestra palabra clave, aquella que puede definirnos y representarnos, de manera más genuina y cercana, puede resultar útil para nuestros momentos de crisis o pérdida de brújula. Nos permite poner en perspectiva aquello que suele parecer caótico.