Desarrollar la flexibilidad

¿Cuántos cambios podemos tolerar? ¿Cuán rápido lo hacemos?  ¿Es posible  adaptarnos constantemente a lo que se impone desde el exterior? ¿Qué implica adaptarse a situaciones nuevas? ¿Hay personalidades más proclives al cambio?

Éstas y muchas otras preguntas nos hacemos al sentirnos permanentemente sacudidos por la necesidad de cambiar y no quedar afuera de un mundo que muta vertiginosamente. Vivimos cambios en diferentes planos como el tecnológico y el climático. Estamos a expuestos a los que se generan por los nuevos paradigmas culturales,  laborales,   familiares, sociales y escolares, entre otros tantos, que nos desafían permanentemente, cuestionando nuestro modo de vivir y de pensar.

Es muy frecuente escuchar en diversos ámbitos hablar de  la competencia llamada “flexibilidad”, que es la capacidad de adaptación a los cambios. Vale la pena, entonces, detenernos y reflexionar sobre este concepto.

El ser humano, como la misma naturaleza, se transforma permanentemente, y debe dejar atrás parte de lo recorrido y lo vivido para poder crecer. Como sostenía el antiguo filósofo griego Heráclito: “En los mismos ríos entramos y no entramos, pues somos y no somos los mismos”. Por lo tanto, expuestos a lo propio y a lo ajeno, a lo interno y a lo externo, al ciclo vital y la rutina social, muchas veces debemos  replantearnos nuestras ideas, concepciones y prejuicios  porque no encajan ni son funcionales con nuevas situaciones a afrontar.

Sin embargo, también es cierto, que las personas necesitan echar raíces, tener un cierto núcleo social estable, buscar una estabilidad que brinde seguridad, y ejercer control a veces   en contra del cambio que ya está sucediendo.

Hay personas más orientadas a los cambios,  que los disfrutan y buscan,  porque les atrae la variedad y la diversidad de estímulos.  Suelen aburrirse fácilmente y necesitan salir de las rutinas como estilo de vida.

Otras, en cambio, tienden a manejarse con estructuras más estables. Sus intereses son más claros y acotados, y su círculo social es más pequeño. Les suele costar generar nuevas respuestas para los problemas  que se les van presentando ya que tienden a aplicar lo conocido, aunque no siempre les sea útil.

Ambos tipos de personalidades son simplemente diferentes, no hay mejores ni peores.

A veces la vida exige cambios, que no siempre son tan bienvenidos ni podemos ejercer control sobre ellos. Se recomienda entonces desarrollar la flexibilidad: intentar sacar provecho del proceso  al que uno se expone, aunque no lo haya elegido, y tomarlo como una oportunidad de aprendizaje y de desarrollo de recursos. Más allá del resultado que obtengamos en esa situación puntual que nos generó tener que  adaptarnos, habremos desarrollado alguna herramienta que comience a formar parte  de nuestro propio bagaje.  De esta manera, podremos  volver  a utilizarla quizá frente a otras situaciones de cambios, buscadas o no, que se nos presenten,  permitiéndonos  que afrontarlos sea probablemente  una tarea más sencilla.

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